Muchas veces nuestro espíritu va capturando las fotografías que nos regala la aventura. Pero otras, salimos con un objetivo claro en la mente, donde previamente hemos escogido el lugar y el momento del día para la imagen que nos quita el sueño. Entonces, la emoción es grande, porque una buena planificación deja poco margen de error, y tenemos casi seguro en el sensor digital una foto evocadora que resonará por siempre en la memoria. Fotógrafos de Naturaleza profesionales pueden llegar a esperar largos meses para encontrar la luz y estación del año correcta. Aquí hierve el instinto, cualidad que se va afinando con la experiencia. El resultado final puede llegar a ser tan intenso, que se produzca en nosotros una saturación emocional.
Volcán Lonquimay. Malalcahuello. Novena Región 2011 |
Para lograr una buena representación de las texturas en el paisaje, se necesita una luz horizontal, que se encuentra cuando comienza y termina el día. La imagen adquiere un volumen especial, que junto con la calidez de las primeras y ultimas luces en los días despejados, le imprime un aire de belleza prístina. En la búsqueda de un retrato del volcán Lonquimay, un día de Otoño salí de la cabaña antes del alba. Mientras manejaba hacia mi destino, lentamente las estrellas se iban apagando en el firmamento, dando paso a un cielo azul oscuro. Las primeras luces despegaban del horizonte, pero difusas aún en el paisaje, bloqueadas por cadenas montañosas. El frío regulaba cada movimiento, pero ya tenía la cámara lista sobre el trípode. Debo haber esperado unos 45 minutos hasta que la luz bañara casi completo al coloso de piedra viva. Se veía realmente hermoso. Sin velo atmosférico, la mirada cruzaba limpia las moléculas del aire, y los colores en estado puro eran un bálsamo para la retina. El retrato del volcán Lonquimay en el despertar de la Naturaleza me saturó emocionalmente. Aquel día volví a la cabaña y dejé la cámara en reposo, en espera de que tanta emoción se vaciara del alma.