El atardecer representa una transición. El día se va apagando, mientras la noche se va haciendo presente. En fotografía de paisajes, el atardecer es un favorito por la calidez de la luz. Desde un punto de vista de la técnica, el rango dinámico se reduce de manera importante, pudiendo capturar detalles en las zonas iluminadas y en sombras. Pero, creo que lo más importante, es la fuerza emocional de un atardecer. Dejando la mirada flotar por el paisaje, nuestro ritmo biológico pareciera adaptarse al lento vaivén del final del día. El tiempo se frena, y los últimos rayos de luz se convierten en un bálsamo para el alma. Si tuviera que escoger un patrón de belleza natural, un atardecer sería mi mejor alternativa. Su belleza es tan universal, que todos hemos quedado absortos más de alguna vez contemplando un atardecer.
Atardecer en Manzanar. Araucanía Andina. Novena Región 2011 |
Cuando me voy de viaje al Sur de Chile, me gusta buscar un lugar bonito para contemplar el atardecer. El espectáculo no es solo visual, sino sensorial. El refrescante viento sobre la piel, el sabor del aire, las fragancias que flotan alrededor, el canto de la naturaleza preparándose para dormir. En mi última visita a la Araucanía Andina, pude disfrutar de un atardecer especial. La mirada no llegaba nítida al paisaje, pues un delicado velo blanco todo lo cubría. Nubes bajas, quizás neblina, pensé. Pero no. Era la ceniza de las erupciones en el Cordón del Caulle que habían sido arrastradas por el viento norte. Separados cientos de kilómetros de aquel lugar, el soplido fue tan fuerte, que los residuos del volcán cruzaron de una región a otra. El velo blanco moduló la luz de aquel atardecer, haciéndola gentil y elegante, capturando en una imagen aquella exquisita sensación de paz.