Nos paramos frente al gran paisaje, la emoción casi revienta el pecho, y no sabemos por dónde empezar. En esos momentos nos encontramos en un estado de “saturación sensorial”. Si empezamos a disparar la cámara siguiendo el instinto, es verdad, de mil fotos al menos una será magnífica. Pero ahí no habrá arte, sino más bien suerte. Después de todo, por una cuestión estadística, mientras más fotos al azar hagamos, aumenta con ello la probabilidad de una foto buena. ¿Pero es eso lo que buscamos?. No. Muchos buscamos escuchar nuestra propia voz interior, capturar el reflejo del alma en el paisaje. Entonces, la fotografía trasciende al individuo, y se encumbra como un medio de expresión artística.
Montaña en Embalse El Yeso. Cajón del Maipo. Región Metropolitana 2011 |
Un buen consejo es aprender a dividir en partes el gran paisaje. Mediante un proceso de observación se pueden identificar las principales características del escenario natural. Así, aquello que, con claridad y contundencia, captura profundamente nuestra atención, tendrá grandes posibilidades de convertirse en una buena imagen. Pero el proceso debe funcionar en dos direcciones. En la dirección de la búsqueda de detalles que simplifiquen al máximo el paisaje, y luego devolvernos hacia atrás, en la dirección opuesta, ampliando la visión desde lo esencial, hasta que se incorporen en el encuadre elementos que dejen de ser complementos, y empiecen a competir por protagonismo. Generalmente, una idea limpia se convierte en una imagen elegante.