El acto de mirar es simplemente dirigir la vista, pero ver involucra un complejo proceso de interpretación. Ilustremos la idea con un ejemplo. La imagen es simple y elegante. En la composición solo hay cuatro elementos: el cielo, el mar, la arena, y un trozo de hielo en la orilla. El hielo está ubicado siguiendo la regla de los tercios en un encuadre vertical, capturando así la primera mirada. La imagen es muy agradable de contemplar, pero el flujo visual no escapa de los cuatro elementos que la componen. Entonces, sucede lo inesperado. Se entrega una sutil indicación, que sugiere poner atención al trozo de hielo. No hay reacción alguna, hasta que se pregunta si se ha descubierto que el hielo tiene la forma de una foca. El rostro se llena de asombro y se está de acuerdo sin discusión. Ahora, para la mente es evidente que el trozo de hielo tiene la forma de una foca, pero, si es tan evidente, ¿por qué no fuimos capaces de ver la foca sin indicación alguna?. Esta es la gran diferencia entre mirar y ver.
La forma cómo interpretamos el mundo que nos rodea me llama profundamente la atención. Por qué con la clave correcta somos capaces de descubrir el misterio en la naturaleza. Apenas la percepción da en el blanco, no se requiere ningún tipo de esfuerzo para seguir viendo el nuevo hallazgo. No existe una transición suave, sino que se produce un quiebre, un cambio abrupto tipo escalón. Creo importante tener siempre presente que así funciona nuestro sistema cognitivo. En fotografía de naturaleza podríamos estar frente a un hermoso paisaje, pero si no somos capaces de encontrar las claves correctas, perderíamos la gran oportunidad de traducir en una imagen evocadora aquel maravilloso descubrimiento, que por cierto, siempre estuvo frente a nuestros ojos, pero que miramos y no vimos.